1.5 millones de venezolanos viven fuera de su país natal. La mayoría de esas personas no quieren volver y buscan en países cercanos un lugar donde ejercer su profesión, formar su familia y prosperar.
María Sofía Muratore
“Me quiero ir” o “si puedo irme me voy” son las respuestas de los jóvenes que se escuchan diariamente en las calles venezolanas.El número de jóvenes que emigran en Venezuela cada vez se acrecenta más. El Departamento de Migraciones de la Universidad Simón Bolívar en 2016 señala que el 88% de los jóvenes tiene intenciones de abandonar su país.
Según este estudio las migraciones prevalecen en jóvenes que estudian o son egresados de áreas relacionadas a las Ciencias de la Salud, Ciencias Sociales, Ingeniería Eléctrica y Ciencias Básicas de las universidades Central de Venezuela, Católica Andrés Bello, Monteávila y Simón Bolívar, de Caracas. El objetivo de estos chicos es tratar de ejercer su profesión o hacer un posgrado a través de becas. Aproximadamente, 1.5 millones de personas viven fuera de su país natal. La mayoría de esas personas no quieren volver. Ya formaron raíces en otras tierras y quieren olvidarse de lo que es vivir en Venezuela.
Aeropuerto Argentina 2000 anuncia el vuelo con destino a la ciudad de San Pablo. En menos de 45 minutos la gente ya está sentada en sus asientos. De repente, llega con los ojos llorosos, la blusa corrida, y tres bolsas con paquetes de pasta dental, servilletas, papel higiénico, entre otras cosas, María Rosa Ronconi. Señora de 56 años, venezolana y profesora de historia en la universidad de Caracas.
María Rosa acomoda sus cosas con sumo cuidado para que no se le estropeé nada. Se sienta, abrocha su cinturón, mira la venta y empiezan a caer sus lágrimas. Es en ese momento que trata de buscar complicidad con quien tiene al lado. Ambas personas se miran. Asi empieza la historia de una madre frustrada.
La profesora de historia había estado dos meses fuera de su casa. Uno en chile y otro en Argentina visitando a sus hijos. Francisco de 24 que vive en Santiago de Chile , recibido de ingeniero, quien ejerce de conductor de uber; y Federico, casado recibido de comercio exterior quien atiende un kiosco en la Capital de Buenos Aires, Argentina.
A su vez, comenta que dos de sus hijas mujeres están tratando de migrar a Estados Unidos, pero aún no le dieron la visa. Los venezolanos pasaron a ser la tercer comunidad de extranjeros más grande en Estados Unidos.
Es así, que una madre de cuatro hijos como María Rosa, sin darse cuenta se ha quedado sola. Pero lo peor no es solo la soledad, sino el motivo por el que emigran sus hijos. Migran para ejercer su profesión, para tener un futuro, un hogar y comida, comenta la señora. ‘’Si ellos son felices, yo viajaré para verlos’’, comenta la señora.
La realidad es que la situación de Venezuela es tan compleja a nivel social, político y económico que ‘’el viajar cuantas veces quiera’’ para ver a sus hijos se puede tornar en ciertas ocasiones un deseo y nada más. María Rosa, como a varias personas, le han negado la salida más de una vez, siendo así rehén en su propio país.
La historia pareciera terminar ahí. Hasta que llega la hora que las azafatas pasan con la comida y le ofrecen a las dos pasajeras un café con un pastel. La sonrisa de Rosa excede su cara. Guarda todo en la cartera para darle a sus nieto, la cuchara, el tenedor y la servilleta sucia. Su compañera de asiento, ante lo que ve decide no comer su pastel y dárselo para que guarde también.
Venezuela está atravesando un momento complicado y hay una gran fuga de cerebros, y más de una familia se ha desarmado.
La historia de María Rosa es sinónimo de lo que pasan muchas personas en Venezuela. El vuelo está por aterrizar. A la mujer aún le quedan 17 horas viaje para llegar en cubierta a su país tras carretera. Sin familia que le espere, sin una vida próspera, vuelve a la tierra que vio nacer y hoy se está destruyendo.
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